viernes, 1 de octubre de 2010

El por qué y el cómo

En Argentina, corren los años 90. Algunas de las imágenes que mejor se ajustan a esa situación histórica, fueron aportadas por las películas. El diagnóstico no es metafórico: la arquitectura neoliberal erigió sus cimientos sobre cadáveres.

Rabiosamente amarrado al presente (con fugaces referencias a un pasado que no llega más atrás de la última dictadura militar), el "nuevo cine argentino" abandonó la vocación revisionista de sus mayores, se plantó en la crónica, abrió un campo formidable para la experimentación formal y, de paso, puso en discusión la teoría de los géneros en relación con las costumbres de la clase media nacional.

En efecto, uno de los aspectos cuyo singular tratamiento permite vislumbrar algo del orden de un "nuevo cine argentino" es la transfiguración de la clase media que exponen las películas a partir de los años 90, y que tiene su correlato en la variación del punto de vista que asumen algunos realizadores, respecto a ese sector social que, salvo excepciones, fue el protagonista histórico de la ficción cinematográfica local.
Mientras que, por un lado, directores como Alejandro Agresti, Raúl Perrone, Adrián Caetano, Bruno Stagnaro, Martín Rejtman, Lucrecia Martel, Ana Poliak y Pablo Trapero -entre muchos otros-, eluden el revisionismo histórico para adoptar la actitud de cronistas del presente, por el otro, imprimen historias en las que los personajes ya juegan en el campo de la exclusión social y la decadencia económica.

Se trata de relatos vaciados de certeza épica y de héroes libertadores que, sobre todo, señalan el rango de "perdedor" de un grupo social heterogéneo, atravesado por las condiciones de existencia reales impuestas por el modelo neoliberal. Si en el terreno argumental, los cineastas usan como materia prima la geografía desangelada de la clase media, en cuanto a los procedimientos formales, se vieron obligados a alterar la textura visual, el color y la iluminación, la puesta de cámara, el diseño de planos y el montaje, a fin de crear una correspondencia entre los niveles expresivos.

En contraste con una tradición que llenó la pantalla de buenas personas de "buen pasar" y "buenas intenciones", se acabaron las moralejas ejemplares, la ética y la demagogia. La vida perdió su dimensión utópica al chocar contra una realidad amenazante que acecha a los personajes tanto como a los realizadores (condicionando, incluso, las posibilidades de la producción) y, por supuesto, al espectador cuyo letargo se vio sacudido por situaciones y escenas con las que, acaso, resultaría intolerable identificarse.

Ajeno, tanto a la voluntad de saldar cuentas con el pasado como del anhelo de un porvenir menos desafortunado, el "nuevo cine argentino" supo crear matices narrativos aplicando diseños artísticos acordes con una ética revisada.

Así, la violencia del modelo fue traducida en imágenes frenéticas tomadas con cámara en mano y sonido directo, en ocasiones, reduciendo al mínimo la puesta en escena y apelando a actores no profesionales, desdibujando cada vez más los límites entre la ficción y el documental. Por su parte, la iluminación natural sirvió para ajustar el verosímil cromático, otorgándole a la imagen una textura convenientemente áspera. Tal como muestran Pizza, birra, faso (1998, Bruno Stagnaro y Adrián Caetano) o Mundo grúa (1999, Pablo Trapero) y lo mismo para cualquiera de las películas de Raúl Perrone.

Coincidencias y disonancias, experimentaciones con aciertos y desaciertos. El "nuevo cine argentino" viene haciendo (y siendo) historia desde hace más de una década y nosotros queremos realzarlo. Realzar nuestro cine (nuestro buen cine) es realzar nuestra memoria y nuestro arte, que en conjunto pueden hacer maravillas.
Las primeras obras de los directores de un cine fresco, ocurrente y, por sobre todas las cosas, observador, están publicadas en nuestro blog. Los invitamos a recorrerlas...

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