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Filmada entre 1993 y 1995 con (escasos) dineros propios, de modo casi amateur y sin ningún crédito oficial, Picado fino es la ópera prima de Esteban Sapir. Con 30 años, Sapir tiene un oficio paralelo: director de fotografía en películas como La dama regresa o La vida según Muriel. Eso, hasta llegar al planeta Suar: Sapir es el iluminador de la inminente Cohen vs. Rossi, la nueva producción del joven maravilla local después de Comodines. “No filmé Picado fino pensando en estrenarla; la encaré como un ensayo”, dice hoy este egresado del CERC, la escuela de cine dependiente del INCAA. Mal que le pese a su realizador, Picado fino va a estrenarse el próximo jueves 23 en el cine Lorca, después de haber conseguido un crédito oficial para su ampliación, de 16 mm a 35 mm. Desde la primera exhibición pública, allá por mediados de 1996 en la sala Lugones del Teatro San Martín, Picado fino empezó a ganar su público, a circular de boca en boca. A recibir invitaciones para cuanto festival internacional dedicado a difundir el cine alternativo exista en el mundo. Y a ganar premios: en Berlín, en La Habana, en Montevideo, en Montreal. Más aún, Picado fino va a estrenarse simultáneamente en la Argentina y en París gracias al ofrecimiento de un distribuidor francés a quien, como en aquel sketch del programa cómico Hupumorpo, “le gustó la idea”.
¿Cuál es la idea de Picado fino? Contar, desde el punto de vista de su protagonista, la historia de un chico, Tomás Caminos, que no ve más allá de sus narices. Que, incluso, empieza a tener problemas de visión, ve las cosas fuera de foco. Lo que se ve es lo que ve Tomás: un mundo fragmentado, unos pocos espacios cerrados y algunos abiertos, donde se supone que va “para recuperar la sonrisa”, pero donde terminará enredándose con un dealer. Tomás es un chico melancólico que, en lugar de hablar, fuma. En realidad, en Picado fino casi nadie habla. Como el propio Sapir, que confía más en las imágenes que en las palabras. Las pocas veces que Tomás dice algo, lo hace mordisqueando un eterno cigarrillo. Como Jean-Paul Belmondo en Sin aliento, como Denis Lavant en Malasangre. Dos de las películas que Sapir le hizo ver a su actor, Facundo Luengo, para que entendiera qué clase de gestos debía hacer para sostener el cigarrillo, para jugar con él, para apretarlo entre los labios. Tomás vive con su familia en algún lugar indeterminado, que se intuye suburbano (“me voy a la ciudad”, repite el protagonista todas las mañanas). Tiene una familia, una tortuga, una edición del Ulises de Joyce y una novia. La novia se llama Ana Sideral (a Sapir la da por los nombres que quieren decir cosas), toca el violín y tiene una mala noticia para darle a Tomás: está embarazada. Si hay en Picado fino lo que los manuales y los dramaturgos llaman “conflicto”, nace ahí, en el vientre de Ana. Ana es Belén Blanco, que en el momento de filmar la película todavía no era actriz de televisión. Hay en Picado fino, en papeles episódicos, otros actores tan conocidos como Miguel Angel Solá, Juan Leyrado y Ana María Giunta. A todos ellos “les gustó la idea”.
Si hay una originalidad en Picado fino, es la de mostrar ambientes de barrio y personajes como arrancados a un sainete, a través de un lenguaje ultramoderno. Como si el Picasso más cubista se hubiera puesto a dibujar la tapa de la revista Caras y Caretas. La película es una sucesión de planos cortos, fragmentarios, en el más contrastado blanco y negro y con encuadres siempre parciales: el pedazo de un rostro, un plano detalle sobre un frasco de yogur, el titular de un diario que aparece cortado. Del choque de una imagen contra otra puede surgir una tercera imagen. Lo que Eisenstein bautizó “montaje de atracciones” y Sapir prefiere llamar “coagulación” de una imagen en otra. Ejemplo: dos amantes están por alcanzar el éxtasis; en el plano siguiente, alguien descorcha una botella de champagne, y el líquido brota y chorrea. Toda la película se filmó plano a plano (“1500 planos”, dice la atípica gacetilla), siguiendo estrictamente los dibujos que Sapir hizo, noche tras noche, sobre papel. Lo que en lenguaje técnico se conoce como story board. “La película ya estaba hecha en su totalidad antes de filmarla”, dice Sapir. Y agrega, parafraseando a Hitchcock: “Lo único que hubo que hacer después fue pasarla por la cámara”.
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